Era la hora del café, de ese café de la tarde de un domingo
cualquiera, ella bajaba y los tres compartíamos unas horas agradables,
dialogando de nuestras cosas entre aventuras y desventuras, nuestros amores,
las ilusiones, las risas y sonrisas, sus recuerdos, mis recuerdos, la perrita
Chita, su marido ya fallecido, el amor telefónico de las noches de los domingos
y asídurante catorce años de nuestra
vida dónde se convirtieron en inolvidables, sus sobrinos, los hermanos ese
chico del coche, narraría mil anécdotas vividas entre ella y nosotros, ahora
forma parte del ayer, del pasado y es como mi Ángel de la Guarda que está allí
para protegerme y protegernos, en ocasiones en el silencio de la noche y del
pensamiento, parece que escucho su voz en mi mente que me dice y me grita,
venga, adelante, no te resignes a quedarte así, lucha, y al escuchar esas
palabras, me dan fuerza y energía suficientes para ponerme las pilas, y realmente
me las estoy poniendo porque a estas alturas del año, a muy poco para que
termine, estoy de lleno en un centro de rehabilitación, y veo que gano en mis
piernas cada día que se sucede, y sé que lo voy a conseguir, porque si uno se
lo propone, lo logra, y también intuyo que esa deuda pendiente pronto dejara de
ser una deuda para convertirse en otra ilusión, algo me dice que estoy en lo
cierto, y como en un diario desde aquella hora del café, hasta nuestras fechas
vamos dando pasos hacia adelante, y escribiendo páginas en blanco en nuestro
día a día, entre recuerdos y emociones…
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