Bajo el influjo de un sol
naciente que cada día sale en mitad del horizonte, y ya es hora para comenzar a
subir una escalera a tomar ese impulso, a decir, a mirar, a transparentar a ser
uno mismo, a querer buscar ilusiones que recrean la mente y son regalos de la
mayoría de los corazones, bajo la luna de otra mirada que suena a fantasía
realizada en mitad de una vida, suena a poesía, la poesía de una oda en la
epopeya de la montaña, son palabras que nunca se lleva el viento, porque el
viento tiene los sentimientos y pensamientos a la flor de una piel en rojo a la
vez que fresa, abro los ojos, en la mañana de un sábado, y si yo quiero puede
ser mi destino, mi propia escalera que realizo sin mirar atrás, porque el
tiempo se va sucediendo recordando los momentos de un ayer, un ayer en la
puerta de aquel pueblo, con la tía, la abuela, esas nietas, charlando de
nuestras cosas, en la tarde, en la noche, a unas edades adolescentes, de
querernos comer el mundo, más tarde el tiempo se encarga, de tranquilizarnos
los pensamientos, por dónde nos van llevando las veredas de un presente, sin
olvidar un pasado, pero ya todas somos adultas, unas con una vida, otras con
otra, conociendo a nuevas gentes, amores conservados en la retina de una
intimidad, rostros que ya no se verán o se verán en un futuro, un futuro que
hacemos los seres humanos con nuestros triunfos y nuestros errores, eligiendo
un camino u otro, según nos convenga, pero el influjo tiene algo que ver, en
nuestra sonrisas, en la alegría de otro renacer, en las miradas al abrir la
ventana, y gritar, y saborear el aire de una mañana que puede ser perfecta para
cambiar e intentar ver el lado positivo de las cosas, porque si nos paramos a
pensar cada mañana y cada día, vuelve a salir el sol. Bajo el influjo de una
maravilla personificada en el amor verdadero que sentimos a cada paso que damos
y en nuestra forma de hacer las cosas…
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