Era una mirada diferente a plena primavera, decía algo, no
sé, yo intuía que aquella mirada me pertenecía, era una mirada por amor, un amor encantado a través de los años de fresa y nata entre la adolescencia y la
madurez, el paso de los años había echo mella en los dos, más adultos, más
problema, más soledad, yo estuve trabajando en Canadá en un Máster de
interpretación por ser autora teatral,
el sólo supe que era arquitecto en un importante Estudio de Arquitectura, se
había casado, tenia dos hijos, y su mujer solamente era una tapadera para
olvidarme, cuando nunca me era yo su olvido, sino solamente su recuerdo
constante, aquella tarde de nuestro primer reencuentro tras muchos años de no
saber nada, de nunca hablar en la distancia, nos juntamos en aquel bar, el
entraba y yo salía, me dijo, hola le conteste lo siento por tantos años de
distancia, de ser parca en palabras, él contestó que quería hablar conmigo largo
y tendido porque ya no podía más estar alejado de mí, lo sabía todo, sabía que
seguía sola, que no me comprometí con nadie, una vez casi pero no llego a nada,
él sabía que yo había tenido miedo de dar ese paso y ese era el momento, la
mirada de picardía se convirtió en mirada de amor, un amor intacto, puro, esta
vez de claridad y luz, la luz de lo que era un secreto a voces, era el único
amor de su vida y el para mí, también, mi miedo para ser feliz, había terminado
aquel mismo momento, habían tenido que pasar muchísimos años para darme cuenta
de la realidad, mi realidad y nuestra realidad.

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